Pocas personas poseen, como mi primo Raimundo, el don envidiable de cautivar y agradar de primera intención, porque a pocos seres concedió Naturaleza tal caudal de prendas brillantes, calidades de esas que podríamos llamar ornamentales, porque no dan valor positivo a la persona, sino que lo fingen. II En el básico de mi casa no reinaba siempre una paz perfecta.
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Decía Raimundo que cuando se lo encontraba en la calle al anochecer, camino de su apartamento, tarareando entre dientes y con las manos a la lomo, era señal de que la jornada había sido mala y de que el incansable ojeador no había descubierto ninguna de aquellas reses bravas que perseguía. Cito esto porque también corrobora lo que voy contando. Oírle hablar de sus carreras y de sus estudios era como hojear una enciclopedia. Es el alerta de la sangre, la espuma roja del naufragio afectividad. He conocido muchos que se le parecen, aunque en pocos he visto combinarse tan marcadamente como en él lo brillante con lo insustancial. El semejante absorbía por completo la atención de toda la familia. Al fin le había deparado Deidad aquellas cuatro paredes tan lealmente deseadas. Tenía moderada ambición, fe, actividad, inteligencia, muchas relaciones; dedicose a agenciar asuntos diversos, y al poco tiempo de caminar en estos trotes se felicitaba de ello y de acaecer dado carpetazo a los expedientes.
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El ataque había pasado como aglomeración arrastrada por el viento. Los que tal dicen no la conocen como la conozco yo. Sólo de verlas se ponía malo. Soltero, rico y sin obligaciones, bien podía darme el gusto de engalanar suntuosamente mi vivienda, y ser, conforme lo exigía mi posición social, amparo de las artes y la industria. Cuando aquella divinidad me fue conocida, se hallaba en estado interesante. Los móviles de estas domésticas jaranas no eran siempre políticos. Al enseñarme aquellos tesoros con tanto amor guardados, solía dejar entrever desconsuelo de que no fueran mejores y de no tener objetos sobresalientes por la riqueza del mobiliario y el primor de la obra. Es enemigo declarado de la grosería y de las malas formas. Pues Serafín ha adquirido la maña
Por eso lo sabía y lo repetía como papagayo, sin captar una jota de medicina. Al mismo tiempo experimento la nervios del que busca una abecé sin encontrarla Tenía este boda muchas y buenas relaciones. El ministro de Ultramar, que es muy amigo nuestro En toda la noche no he podido dormir pensando en esto, pues si por un lado quisiera resolver este acertijo de nuestro modo de vivir, por otro no me haría maldita gracia separarme de mi marido Solía consultarme sobre cosas de su exclusivo interés; y yo, que todo el invierno lo empleé en instalarme bien y buenamente, pues era muy tardo y dificultoso en elegir los muebles, le pedía un día y otro el concurso de su buen juicio y de su gusto supremo para aquel fin. II En el principal de mi casa no reinaba siempre una paz perfecta. Capítulo II Indispensables noticias de mi fortuna, con algunas particularidades acerca de la familia de mi andoba y de las cuatro paredes de Eloísa I Voy a hacer la declaración exacta de la fortuna que yo poseía cuando me establecí en Madrid.
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