A mi lado izquierdo pude tocar lo que parecía un pizarra, y a la derecha iba el colombiano. Yo tenía mucha sed, pero me aterraba figurarse que pudiera agregar alguna enjundia al agua para drogarme y traté de aguantar la sed el mayor tiempo posible.
Que buscaban algo.
Él no hizo caso y yo no insistí. Parecía que habíamos ingresado a una carretera de tierra, había huecos y la camioneta brincaba mucho. Tengo que llamar. Me quedé petrificada. No recuerdo muy bien si el vehículo giró o siguió por la misma vía, pero sí noté que enseguida nos desviamos por un camino de gleba. La tranquilicé y ya al volante de mi camioneta le sonreí al pequeño Mauro. Me dormí un rato y, al despertar, el gorro se me había movido. El pequeño Daniel todavía dormía y se quedaba en casa al cuidado de Lisseth, la nana, una fámula muy buena que trabajaba conmigo desde hacía cuatro años. Un carro que iba pasando se detuvo al lado.
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Después repicó su celular. Él no hizo caso y yo no insistí. Así pude observar hacía afuera. Aunque parecía ser el que estaba menos nervioso, en ese momento su cara se transformó, como si se le hubiese metido el diablo por dentro.
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Ese fin de semana, cuando veníamos de regreso de la alquería, nos paramos en el Emporio Genético La Guama, un ámbito pequeño donde teníamos venta de ganado 36 y semen álgido. Llovían los comentarios: —Yo vi cuando a la señora la bajaron de la camioneta. Se veían agresivos y muy nerviosos. Pero yo comencé a definir el carro y noté que los vidrios eran tan negros que no se veía quién estaba dentro. Semana, me dejé de su primera cita; a medida de llamadas telefónicas divertidas quién niño o por la actitud hacia arriba. Estaba, de verdad, muy buena.
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Me daba miedo dejar ahí la camioneta, pero tenía que avisar a la familia. Yo le di mi diario y él lo estaba transformando en una prosa espectacular. Era extraño escuchar a un delincuente hablar de esa manera. Llevaron pollo asado, pero yo no quise almorzar, solo tomé Coca-Cola.
Me llevaron a un sitio creo que era como una casita y me hicieron pasar a una habitación. Entonces traté de negociar con los hombres: —Déjennos aquí. Allí funcionaba algo analógico a una peluquería. Le pregunté qué había pasado 28 con mi hijo y me contestó que todo salió bien y que mi prima lo había llevado hasta la casa como ellos se lo indicaron cuando me agarraron y me montaron en el carro me preguntaron si mi prima sabía accionar y yo les contesté que sí.
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